La que
se alegró mucho el día que yo nací porque había sido „una niña“
- su primera nieta.
La que
le ayudó a mi Mamá cuando se estrenaba en su etapa de madre
primeriza. Le dio consejos invaluables como por ejemplo: „Dale
masajes a esa chiquita – a ver si se le bajan los cachetes.“
(Ver referencia).
Luego
cuando mi Mamá retomó su trabajo de tiempo completo como profesora
de inglés en un colegio, mi Abuela Carmen era la que estaba ahí el
día que me tuvieron que llevar a la casa porque me había caído en
el patio de la escuela y me abrí la rodilla. También otro día que, regresando a la casa después de la escuela, había llovido tanto,
que me caí en un caño lleno de agua.
Me pedía
que le ayudara a hacer queques y hasta me sabía la receta de
memoria. Era la que hacía los queques de cumpleaños, bautizos y primeras comuniones.
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Le ayudé a hacer cajetas y hasta me jalé más de una torta
en la cocina cuando le eché al arroz más agua de la cuenta. Un día
se nos ocurrió meter al horno un molde de plástico „para que se
secara más rápido“. ¡Por supuesto que se derritió!
Me dio a
probar el café (a escondidas de mis papás) y cuando ellos salían
de vez en cuando – por ejemplo, al cine – ella se quedaba
cuidándome a mí y a mis hermanos, Alonso y Fernando. Ella me dejaba
salir del cuarto para ver tele, hasta que oíamos el portón de la
casa cuando mis papás venían de regreso.
Ella
disfrutaba llevarme a los diferentes lugares desde que yo estaba
pequeña y según me contaba ella misma, un día me puse a llorar
porque no me gustó el „escándalo“ que hacían unos carismáticos
con sus cantos y rezos. Tampoco me acuerdo de la vez que me llevó a
la iglesia y yo furiosa, le tiré su libro de oraciones en medio de
la nave central. Lo que sí me acuerdo es que un día de esos de mi
preadolescencia, la enojé tanto que la hice llorar. No me acuerdo
cuál fue la razón, pero creo que me acuerdo que me tuve que
disculpar. Espero haberlo hecho. Después de eso, durante muchos años
más allá de mi adolescencia, la consideré como mi mejor amiga.
Las dos
disfrutábamos de que yo tenía permiso de mis papás para
acompañarla a hacer mandados, arreglar las flores de la iglesia, dar
clases de catecismo. Me enseñó a rezar el Rosario. Siempre pensamos que ella era la que me iba a
preparar para mi Primera Comunión y al final sucedió que terminé
haciéndola en Estados Unidos.
También
la acompañaba cuando le iba a hacer encargos a su costurera, Lela.
Incluso le ayudé a llevar la gran foto de su boda (con todo y marco)
que normalmente guindaba de una pared, para que Lela viera el tipo de
cuello que ella quería en una blusa nueva.
La
acompañé varias veces a visitar a las familias de sus hermanos en
San Roque de Barva y más de una vez hasta trabajé en el turno de
las fiestas patronales del lugar.
Hacíamos
un buen equipo: yo le ayudaba con la limpieza de la casa. Éramos unas
expertas limpiando ventanas y yo me encaramaba en una escalera
altísima para podar matas del jardín (antes de que llegara mi
abuelo Alfredo a la casa). Cada vez que se le perdían las llaves, me
pedía que le rezara a San Antonio. No le gustaba que la vieran
mientras escribía o firmaba algún papel. Me ponía a tomar apuntes
cuando veía alguna receta en „TeleClub“.
Hacía
lo que mi Mamá jamás hubiera hecho: me llevaba a todo lado, incluso
hasta a funerales. Una vez hasta terminé haciendo fila para ver un
ataúd abierto. Cuando regresamos a la casa, me hizo prometerle que
cuando ella muriera, su vela fuera sólo con el ataúd cerrado.
Siempre
me gustaba escuchar sus historias: de lo orgullosa que estaba de
haber trabajado para Don Alfredo González (expresidente de Costa
Rica) y su esposa Delia. En su casa se veían cuadros del Corazón de
Jesús, de la Virgen María y la foto de Don Alfredo G.
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Calculo
que mi abuela estaba en sus 70´s u 80´s, cuando la escuché decir
varias veces que había tenido una vida muy bonita. Incluso había
viajado a EEUU, a Panamá y a Colombia.
Era una
excelente cocinera. Además, estaba muy orgullosa de sus guarias moradas y le gustaban las flores,
como las violetas. Más que su cumpleaños en abril, celebraba su onomástico, el Día de la Virgen del Carmen, en el mes de julio.
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Yo la
admiraba en muchos aspectos y me parecía genial que aún siendo
parte de la generación a la que pertenecía, se había casado a los
33 años. Tal vez inconscientemente, queriendo imitarla, me propuse
hacer lo mismo y casi lo logro. Me casé a los 32.
La
recordaré como una mujer vanidosa: durante muchos años se tiñó el
pelo negro y nunca salía sin maquillarse y pintarse los labios. Con
una vida social muy activa en la comunidad, especialmente como
miembro de la „Legión de María“ y catequista. No heredé su
amor por la cocina, ni por las plantas. Pero sus frases favoritas
„Dios se lo pague“, „Dios la bendiga“, me quedan de recuerdo,
junto con las tantas aventuras que disfrutamos juntas.
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„Doña
Carmen“
Rosa del
Carmen Villalobos Delgado (4 de abril, 1912 - 16 de enero, 2013)
A 78
días de su centenario
Le sobreviven su hija Olga Alicia y su esposo José, su hijo José Alfredo y su esposa Estela.
Sus nietos Mariluz, Alonso, Fernando; José Alfredo y Priscilla.
Su bisnieto Fabián, a quien conoció en el 2006 y tuvo la oportunidad de ver en varias ocasiones más. Siempre preguntaba: "Cómo está el chiquito?!"
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